Porque es así, ¡no le des más vueltas!

05 de junio de 2024

Toda mi vida he sentido que una parte de mí no encajaba con el resto, con la mayoría.

Ideas, pensamientos, preocupaciones… Evidencias clarísimas que nadie más percibía… Un humor… especial, muchas veces absurdo, algunas veces incomprendido, y que muchas otras tan solo lo hacía pasar por meras curiosidades.

Asociaciones entre conceptos, en apariencia evidentes, que nadie más comprende; sobreexcitabilidad infantil cuando encuentro un tema que, de pronto, me apasiona (delgada línea separa entonces la pasión de la obsesión, llegando a confundirse y, quizá, a fundirse).

Aprender por «ciencia infusa»

De niño, me hicieron alguna prueba en la que se reflejaba, decían, una inteligencia superior a la media… Hoy me referiría a ello como una inteligencia diferente. “Superior a la media” es solo el número que se extrae de ciertas pruebas diseñadas para detectar estas diferencias.

Aquella valoración de entonces y otras posteriores no hacían más que cargar sobre uno una responsabilidad cada vez mayor para con un sistema que está ajustado para otras formas de pensar, de percibir, de ser. Un sistema que espera unas respuestas normativas, en base a unos procedimientos normativos que se aplican de forma secuencial y normativa.

«¡Ciencia Infusa!», me empezó a llamar, un profesor que tuve en secundaria, cuando le aseguré que yo no solía estudiar. Bastante humillante, aunque en aquel entonces simplemente me resigné a su opinión, asumiendo que yo era un bicho raro y que discutir con él no iba a llevar a ninguna parte más que a más exposición a la humillación.

Comprender lo complejo y que me costase lo simple. Es algo que todavía hoy me toca sufrir; desde hace un tiempo he aceptado que esto me ocurre, soy capaz de darme cuenta que la solución es sencilla pero que, yo, no puedo verla, en esos casos, pido ayuda, y asumo que me va a tocar oír algún comentario.

Conocer el resultado de algún problema de matemáticas, o de física, pero no ser capaz de explicar, al profesor de turno, cómo había llegado a aquella conclusión; en cierta ocasión calculé mentalmente un tiro parabólico acertando hasta el tercer decimal, pero no, no fui capaz de resolverlo en el papel. Aguantar el tan odioso argumento de «El resultado está bien, pero como no lo has hecho como lo expliqué en clase, así que estás suspenso». El sistema no suele aceptar al que se sale de la norma.

En química, empecé a aprobar formulación cuando me aprendí la tabla periódica y empecé a «ver» cómo interactuaban los electrones más externos de los átomos con los de otros átomos… La profesora me estuvo retando, intentando desmontar mi método durante un buen rato, sin éxito.

Muchas veces se espera que hagamos más, más rápido, que tengamos una memoria prodigiosa y… bueno, a veces, se da, pero no es lo más destacable.

Aburrimiento

Aburrirse en clase; aburrirse de estudiar; aburrirse del color de las paredes; de que los muebles lleven dos meses en la misma posición; plantearse por qué comer siempre a la misma hora, por qué vamos todos a la vez al trabajo, por qué vivimos apilados en pisos, por qué, por qué, por qué… «¡Calla un poquito! ¡Pues porque es así, no le des más vueltas!» (Puede que haya encontrado el título…)

Despistarse

Despistarse con el vuelo de una mosca, intentando comprender cómo mueve las a alas a tanta velocidad, sin cansarse; cómo hace esa pirueta que le permite posarse, boca abajo, en el techo y mirarte… Mirarte a la vez que mira a la profesora que me pregunta:

¡Carlos!, ¿me puedes repetir lo que acabo de decir?

Ehh… ¡No! Hablabas de ecuaciones y de cómo pasar cambiando se signo, pero no sé exactamente qué estabas diciendo ahora mismo.

¡Ya hablaré con tu padre para comentarle que en lugar de atender en clase estás estudiando el vuelo de las moscas!

Recuerdo a alguien cercano diciendo algo como: «¡Le dejas en una habitación blanca, sin muebles ni nada y, cuando vuelves, a las dos horas, podrías descubrir que lleva dos horas mirándose un dedo!».

Hoy, encuentro esas palabras bastante invalidantes cuando son dirigidas a un niño que las va a hacer formar parte de su propio autoconcepto. Y no son las únicas que, en boca de personas de referencia acaban causando un efecto que nos desarma, nos desprovee de herramientas autoperceptivas para enfrentar el mundo en el futuro.

Actualmente, le doy vueltas a la idea de que este tipo de comentarios, actuaciones, juicios, evaluaciones, amenazas encubiertas, afectan más a unos tipos de personas, con una forma diferente de funcionar, que a otras. Quizá, en algunas, esas palabras rebotan durante más tiempo y con mayor intensidad en nuestras cabezas, causando más destrozo. Digo «quizá», o quizá esté equivocado.

¡Siempre a tope!

Existimos personas con una emocionalidad aumentada, con una percepción aumentada, con una sensibilidad aumentada, con una velocidad de procesamiento y síntesis aumentada, con una reactividad aumentada. ¡Vivimos en este mundo con el pedal del acelerador a fondo y el volumen altísimo!

Es posible que nos autodefinamos, o nos definan como entrañables, raros, idealistas, obsesivos, intensos; o que digan de nosotros que le damos muchas vueltas a las cosas, que le damos mucha importancia a cosas que no la tienen, que nos preocupamos demasiado, o que “pensamos demasiado” (mucho me he acordado yo de esta en los últimos meses). Hay quienes, ven un potencial y, no entienden «cómo no llegamos a más», indecisos, precavidos, perfeccionistas y, muchas veces, llenos de dudas.

Quizá nos damos cuenta, cuando nos comparamos con otros, de que puede que aprendamos, nos pongamos al día, nos adaptemos a cambios más rápidamente que otros. Pese a la incomodidad del cambio, aumentada en parte por haber recibido ese feedback de «inadaptados», erróneos, cuestionables, a lo largo de la vida, lo buscamos; porque el conocimiento de algo, alcanzado cierto nivel produce monotonía, la monotonía falta de emoción y, sin emoción, no hay aprendizaje. Y nos encanta estar siempre aprendiendo, siempre al límite.

Tendemos a embarcarnos en tantas cosas a la vez buscando esa emoción, que luego nos saturamos, nos ansiamos, nos abrumamos y puede que acabemos dejando proyectos, a medias, por el camino.

¿Qué quieres ser de mayor?

A mis cuarenta años, aún me hago esta pregunta. Todavía no he encontrado una única respuesta. Como escribía hace unos meses, en otro artículo, ¡quiero aprenderlo todo!

Muchos nos rompemos la cabeza, nos flagelamos durante años porque no encontramos aquello que queremos hacer en la vida, ese objetivo, ese ikigai. Intentamos apuntar a un único objetivo porque, entendemos que es lo normal, que es a lo que las personas «normales» tienden a querer encontrar. También he visto que es bastante común que esto nos preocupe de forma bastante más intensa que a otras personas…

Tras mucho leer, he empezado a aceptar que mi objetivo va a estar cambiando constantemente. Que me voy a interesar en un tema, lo voy a absorber, a comprender, a relacionar con otros temas que me interesaron con anterioridad, aunque parezcan non tener nada que ver; voy a sacar algunas conclusiones más o menos interesantes y… empezaré a interesarme por otro tema y repetiré el proceso, una y otra vez.

Saber esto es interesante para, poder aprovecharlo y, no desviarse demasiado, profesionalmente, de una senda. O no demasiadas veces, quizá. Darse cuenta de que esos intereses tan cambiantes pueden ser administrados como hobbies, o side-projects. Es importante encontrar ese equilibrio, esos cauces que separen el interés personal, de aquello que nos da de comer. Ser conscientes y no dejarnos llevar por la mente selva-tropical que nos caracteriza, con sus monos saltarines, sus colmenas de insectos, sus tormentas, riadas y días soleados…

A veces, esta indefinición causa inseguridad. Socialmente, para la mayoría es que no sabemos lo que queremos, somos indecisos, no estamos de acuerdo con nada, parece que nada nos vale. Pero no es así. Lo cierto es que nos vale casi todo, pero por tiempo limitado. Limitado por nuestro propio proceso de aprendizaje que nos pide cambio, a veces, sin avisar con demasiada antelación y dándonos excusas tan absurdas para justificar ese cambio como «me he aburrido del color de las mesas».

En realidad, es una decisión emocional, tomada por un hemisferio derecho, emocional y prevalente en nosotros. El izquierdo intenta justificar, como buenamente puede, esas decisiones de cara al mundo exterior, de cara a dar un argumento lógico a una decisión que carece de ella.

Los porqués

Hoy, decidí escribir estas líneas, después de recibir el mensaje de una conocida en el que me expresaba, con más o menos sorpresa, lo muy poco que se conoce este mundo de las altas capacidades. Para la mayoría, se asume, un gran desempeño, el uso de un lenguaje recargado, la corrección social… Esa imagen estándar de las personas inteligentes que trabajan en un laboratorio o que hacen experimentos en el sótano de su casa que tantas veces nos ha vendido la televisión. Hasta hace unos meses, esa era, también, mi imagen.

Sin embargo, me he ido dando cuenta, entre lecturas y conocidos con los que me he llegado a entender sorprendentemente bien en muy poco tiempo, que esa imagen dista mucho de ser la realidad. Siendo, en realidad, sobre todo en los casos que no hemos sido identificados hasta edades adultas, que tenemos la costumbre de dudar de nosotros por nuestras ideas, por nuestros valores, por nuestra forma de ser, de pensar, de actuar… Con las que, en no pocas ocasiones nos tacharán de ser, quizá, infantiles, por nuestra forma intensa de emocionarnos con las cosas; de raros, o menos inteligentes, por nuestras respuestas divergentes ante los problemas… (¡¡ESPERA!! ¡¡Que me lío yo solo!!)

Escribo estas líneas intentando llegar a aquellas personas que pasaron por el colegio sin dificultad, pero el instituto o la carrera se le hicieron cuesta arriba, porque nunca aprendieron a estudiar (usaban, como yo, la «ciencia infusa»); aquellos que no terminaron sus estudios porque no le vieron sentido, por que se aburrían en clase y, hoy, se ganan la vida con actividades creativas; aquellas personas que, tan pronto se ven con tiempo libre, se meten en más proyectos de los que pueden abarcar, se estresan, se agobian y piensan «¡pero, ¿por qué me he metido en todo esto?! ¡Con lo tranquilo que estaba!»; aquellos que les gusta todo y no saben, tras años buscando, qué es lo que quieren hacer con su vida; aquellos que… lo intentan, pero no acaban de encajar con el grupo social, que prefieren una buena conversación sobre el comportamiento de la hormiga-bala que sobre el partido de anoche; aquellos a los que se les ocurre un chistaco buenísimo y la gente se le queda mirando a la espera de una explicación; aquellos que, ¡joder!, ven lo evidente, que evidentemente otros no ven, pero que acaba ocurriendo; aquellos que, una y otra vez se cuestionan alternativas a cosas, en las que otros ni se habían fijado… Aquellos que se sienten divergentes.

Escribo estas líneas desde mi propia experiencia, según mis puntos de vista que suelen ser varios y fluctúan, aparecen, desaparecen, se mueven, evolucionan… para que, si has llegado hasta aquí y esto ha resonado contigo, te replantees quién eres en realidad, si estás tan errado como has creído tantas veces o solo es que percibes, procesas y piensas divergente. Quizá te permita dejar de flagelarte por no encajar, por sentirte diferente, y puedas empezar a verte, a comprenderte a aceptar que sí, eres diferente y no tienes que encajar. Al menos, no tienes que forzarte a ello. Y puedas a empezar a sentir que tu forma de ser, diferente, es tan válida como la de aquellos a los que percibimos… de alguna forma normales.

Y para terminar, unos recursitos, para abrirnos los ojitos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.